Hoy toca un post especial. Hoy esta entrada es por y para mi buen amigo Fran Cazorla...
Sé que hoy es el día en que estarás ausente de este mundo, sé que hoy es el día en que tu corazón y tu alma se va de viaje a no sé exactamente dónde, pero sé que lo necesitas...
Hoy mi forma de agradecer tu amistad es recordando a aquella persona que fue tan importante en tu vida y a la que todos los que te conocemos sabemos que lo que hoy vemos en tí es en gran parte por ella...
Este fue un relato para ella, y hoy, con tu permiso (y sin él también... :p) lo reproduzco en mi Blog...
Un abrazo.
“Historia
de una Dedicatoria”
¿Habéis amado de verdad alguna vez? ¿Amado de
verdad a una persona? ¿Tanto como para hacer cualquier cosa? Yo diría que sí,
hasta la persona más extraña ha tenido que amar de verdad en algún momento de
su vida.
Os voy a contar una pequeña historia sobre el
amor, sobre la amistad, sobre la vida. Leedla despacio, sin prisa, deteniéndoos
cuántas veces sea necesario. Pensad, recordad, sentid… Dejad que vuestro
corazón viva esta historia como si fuese vuestra…
Hay personas que vienen a este mundo para
cambiarlo, y si no es para cambiarlo por completo, al menos cambian todo
aquello que las rodea. Una de esas personas se llama Ana. ¿Cómo reconocer a
estas personas? Es muy sencillo. La primera vez que tienes contacto con ellas
algo cambia en tu ser, en tu alma, en tu corazón, pero no sabrías decir a qué
es debido.
Ana se cruzó en su vida cuando eran muy
jóvenes, y pese a la diferencia de edad, – cuatro años – encajaron muy bien la
una con el otro y viceversa… Tal vez fuera porque él parecía dos años menor de
lo que era, y Ana parecía dos años mayor de lo que era. La madurez que
demostraba la chica no era propia de las adolescentes de su edad, y sin embargo
bastaba unos segundos de conversación para percatarse de que era muy inteligente,
muy decidida, y ante todo, bondad sin reparos. El chico tardó un par de minutos
en darse cuenta de que aquella muchacha de cabellos rubios, ondulados como las
dunas de Cabo de Gata, de ojos pequeños y color miel, de cuerpo grácil y
hermoso, y de sonrisa permanente… era la mujer perfecta… Tal vez no para él,
pero sí perfecta.
En Ana encontró el complemento perfecto para su
ser, su alma gemela, la pieza que faltaba en su ser. Su confidente fiel, su
hombro para llorar, su risa para compartir, sus sueños por contar. Ella le
enseñó a ser fiel, le mostró las satisfacciones que daba el hacer el bien, el
ser positivo, en ayudar sin esperar nada a cambio. Ana dio valor a las palabras
“humildad”, “sinceridad”, “optimismo”, “felicidad”…
–
¿Cuál es tu sueño? – le preguntó Ana una vez –
–
Me gustaría ser feliz siempre – le contestó terminando la frase con una sonora
carcajada –
–
¿Y qué necesitas para conseguirlo?
–
No lo sé.
–
Escúchame. Ahora no pienses, cierra los ojos, olvídate de todo, no pienses en
nada. Deja que tu alma te susurre… ¿Qué te gustaría hacer de verdad? ¿Qué sueño
te gustaría ver cumplido alguna vez?
–
Me gustaría ser escritor. Vivir de lo que mis dedos sean capaces de escribir en
una hoja. Escribir tantos libros como me sea posible antes de morirme. – Se
sorprendió de su propia respuesta, no esperaba decir algo así –
–
¿No dijiste que sólo era un hobby…?
–
Y así es. No me hagas caso. Ya sabes que sólo escribo tonterías.
–
Es verdad, pero te vuelvo a repetir lo que te he dicho más de una vez… Poeta
más malo no he visto… pero que escriba tan bonito tampoco…
–
Muy graciosa, sí, muy graciosa… – le contestaba mientras la miraba fijamente.
En realidad, para ser feliz tan sólo la necesitaba a ella en su vida –
–
Hagamos una cosa. Escribirás un libro. Y me lo dedicarás a mí. Y si te gusta,
seguirás escribiendo hasta que seas un viejecito gruñón e insoportable. ¿Vale?
–
No digas más tonterías, anda. – Reía la ocurrencia de Ana, al menos hasta que
la miró de nuevo y la vio con gesto serio–
–
Lo digo en serio. Y quiero que me des tu palabra.
–
Déjate de chorradas… No tengo tiempo para ponerme a escribir libros.
–
No te he dicho que lo hagas ya, tienes todo el tiempo que necesites.
¿Prometido?
La
miró fijamente. El ceño fruncido y sus morritos de pez cumplieron su cometido y
arrancaron una sonrisa del chico. Una sonrisa y algo más.
–
Vale. Te doy mi palabra.
No
dijeron más, se tumbaron en la hierba y se quedaron sonriendo y mirando al
cielo.
Dos capítulos llevaba escritos en el
último mes. Por unas razones u otras cada vez se veían menos. Ana estaba
concentrada en sus estudios, estaba a unos cuantos meses de hacer la
selectividad y entrar en la universidad. Él compaginaba la carrera con el
trabajo en el pub. Los horarios no les permitían verse apenas.
Hasta
el cuatro de Abril. Ella insistió en que necesitaba verle para contarle una
cosa. Él se saltó la clase de Geografía. Quedaron en el parque. Él la vio
diferente, algo cambiada, como más apagada, pero su enorme sonrisa seguía
siendo la misma.
–
Te noto como algo cansada… ¿Qué es eso que tenías que contarme?
–
No es sólo cansada. Estoy enferma, Fran.
–
Ya te he dicho muchas veces que no es bueno estudiar tanto, hay que tomar aire
fresco de vez en cuando.
–
Me han diagnosticado una leucemia…
El
corazón del chico se encogió como si una mano invisible lo apretujase hasta
casi hacerlo detener. Y sin embargo, la miraba y su sonrisa lo desconcertaba.
–
No te preocupes, seguro que te curas, hoy en día la medicina está muy
adelantada. – No quería parecer preocupado, pero estaba convencido de no
conseguirlo –
–
Esta vez no puedo ganar…
–
No digas eso. No quiero que digas eso… No…
–
Tengo que decírtelo, Fran. No sé el tiempo que me queda, pero no pudo ganar
esta batalla.
–
¡No me digas eso, Ana! Quimio, radioterapia, medicinas,… ¡Hay muchas cosas para
luchar!
–
Esta vez no. El tipo de leucemia que tengo es el más agresivo. La quimio sólo
retrasaría lo inevitable, las medicinas son paliativas y el trasplante es muy
complicado porque soy hija única…
–
No…
–
No voy a optar por la quimio, lo que tenga que vivir lo viviré lo más normal
que pueda…
–
¿Te rindes? ¿No piensas luchar?
–
Pienso vivir lo mejor que pueda el tiempo que pueda…
–
Ana… por favor…
–
Sólo apóyame… No te pido más… Sigue a mi lado como siempre… Nada más…
El
chico agachó la cabeza, no dijo nada, solamente asintió con la cabeza.
Dieciséis de Junio. El verano ya está
cerca, los días comienzan a ser calurosos, pero aún refresca por las noches.
Son casi la una de la madrugada, los chicos bajan lentamente por la estrecha
vereda, ayudados por una pequeña linterna. A él le preocupa más el regreso, la
cuesta se hará larga y difícil, y Ana está muy débil esa noche. Esa noche y
todas las noches, y casi todos los días ya. La vereda termina en un gran
anchurón. Apaga la linterna, ya no hace falta, el tramo complicado se ha
terminado y a partir de ahí la luz de la luna es suficiente. A medida que van
caminando hacia su destino, parece verse más, es como si del cielo hubieran borrado
las nubes dejando sólo las estrellas. El agua del mar refleja la luna y sus
compañeras como si de un espejo gigante se tratase. La Playa de los Muertos es
impresionante de madrugada…
–
¿Estás segura?
–
Nunca he estado tan segura de algo en toda mi vida…
Los
chicos se quitaron la ropa y entraron lentamente en el agua. Estaba fría, muy
fría aún, pero siguieron mar adentro hasta que ya no hicieron pie. No era
difícil mantenerse a flote, con movimientos suaves de brazos y piernas era
suficiente.
Estaban
frente a frente, sintiendo el frio agua que envolvía sus cuerpos, y sonreían.
En aquel momento no existía nada más en el mundo, sólo el silencio de la noche,
el suave rumor del agua acariciando sus cuerpos, la tristeza de las olas al
romperse en la orilla, y la respiración de sus cuerpos.
Ana
se acercó al chico y lo abrazó. Él notó que estaba exhausta, el cansancio se
hacía evidente. Iba a decirle de salir, pero Ana se adelantó a sus palabras.
–
Gracias por cumplir este sueño antes de no poder hacerlo…
–
Preferiría no tener que haberlo hecho…
Diecinueve de Agosto. Entró en la
habitación apresurado pero sin hacer ruido. Era la 409. Allí estaba ella,
levemente recostada en la cama. Observó que ya no tenía ninguna vía
intravenosa, ni la botella de suero. Ni tan siquiera tenía la máquina que le
había estado administrando las dosis de morfina a medida que las iba
necesitando.
Estaba
claro. No había vuelta atrás. El momento del final estaba cerca, muy cerca. Y
él no pudo hacer nada, ni su desesperado intento de conseguir un milagro en
forma de trasplante había funcionado. De nada sirvió su donación.
Se acercó lentamente a la cama. Ana parecía
dormida. Permanecía con los ojos cerrados y su respiración era tan débil que
apenas se hacía oír entre tanto silencio.
Tomó
la silla y la acercó a la cama. Se sentó lenta y apesadumbradamente, y en ese
instante Ana abrió los ojos y lo miró sonriendo forzadamente.
–
Te estaba esperando –dijo–
–
Perdona, he salido tarde del pub y me he entretenido un poco en casa” –le contestó
él– ¿Cómo te encuentras?
– Dios... Cómo te voy a echar de menos... – dijo Ana
con su voz melosa mientras lo miraba fijamente y esbozaba a la vez una pícara
sonrisa. Él la miraba de forma casi perdida, le costaba un mundo mantenerle la
mirada pero lo conseguía a duras penas. Lo que no pudo reprimir fue que sus
ojos se fuesen llenando lentamente de lágrimas, hasta que se desbordaron y una
de esas lágrimas comenzó a resbalarle por la mejilla.
Hubiese caído hasta abajo si la mano de Ana no se
hubiese interpuesto en su descenso. Y entonces él se rindió, capituló y bajó la
mirada, diciéndose para sus adentros «Yo sí que te voy a echar de menos». Hizo
ademán de mover su boca para decir unas palabras, pero Ana puso su dedo índice
en sus labios y lo detuvo.
– No digas nada, ya sé lo que vas a decirme, así que no digas
nada.
Y se quedaron en silencio. Ana lo
miraba atentamente, y sonreía como si quisiera con ello contagiarle de buenas
vibraciones; pero éste tan sólo permanecía con la cabeza agachada, con la vista
fija en las patas de la silla y en sus zapatos. No sabía o no quería decir
nada.
– No me ha dado tiempo a escribir tu novela – dijo al final –
– Tienes toda una vida para cumplir tu promesa… – le dijo Ana muy
bajito, como si ya no tuviera fuerzas para sacar el aire de sus pulmones –
La que se iba era ella, pero
parecía que como si fuese al contrario. Hacía comentarios que sólo dicen los
que se quedan. Los que se van para no volver
no dicen esas cosas, únicamente se van y no vuelven.
En cambio, para Ana era como si nos fuésemos todos
y nos deseaba un feliz viaje. Ella era así. Así, sin más.
Su punto de vista con frecuencia enfadaba al muchacho. No podía
entenderlo, si le pasara a él seguro que no lo llevaría de la misma forma.
No iba a decir nada,
se quedaría callado. Total, no sabía ni qué decir, no sabía ni cómo actuar,
todo esto le sobrepasaba, no se lo podía creer, esto no estaba pasando. Miraba
a Ana fijamente, y parecía que ella no se daba cuenta.
Si ella supiera que su vida ya no tendría sentido sin ella, que no
tenía ninguna voluntad de seguir viviendo, que prefería irse con ella a
quedarse en este mundo para vivir una vida vacia… Era mejor que no lo supiera…
Comenzó a sonar una canción en algún lugar… No sabía qué canción
era, no lo sabría hasta días después. Hallelujah…
Ana abrió los ojos un poco y lo miró. La tristeza lo estaba
consumiendo a pasos forzados.
– Fran…
– Dime, Ana.
– Necesito otra promesa tuya… La última…
– No quiero más promesas… No me hagas esto…
– Siempre cumples tus promesas… Sólo una más…
– Dime…
– Prométeme… que seguirás viviendo…
– Ana… Yo…
– Por favor…
Con todo el dolor de su corazón, con toda la rabia que se
acumulaba en su alma, con toda la impotencia que teñía su ser, entre lágrimas
contestó…
– Te lo prometo…
– Fran…
– Dime…
– Sé feliz… porque sólo tú te lo mereces…
El chico apretó con
fuerza la mano de Ana, sus ojos se cerraron lentamente y su sonrisa se apagó
dejando a oscuras su corazón y su alma. Eran la 01:19.
No fue sencillo
cumplir esa última promesa, pero a día de hoy sigue cumpliéndola…
La primera promesa se cumplirá muy
pronto. Más tarde de lo deseado, ojalá hubiera dado tiempo en cuatro meses…
pero no pudo ser… no todos los deseos se
pueden cumplir…
El primer ejemplar no será para ti, pero irá a tus padres…
Algo me dice que podrás leerlo, donde sea y como sea…
Promesa cumplida…
Para Ana…
Porque
te prometí el primero…
(Dedicatoria de “El Reloj”)
Fran Cazorla